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Mano a mano con Mel Bacaloni

Texto:
Julia Laich
En colaboración con:
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Mano a mano con Mel Bacaloni

Texto:
Julia Laich
En colaboración con:
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Mel Bacaloni es cordobesa, nacida en Villa María. Estudió diseño de indumentaria y textil en la ciudad de Córdoba, donde vive hace ya más de 15 años. Aunque ahora está alejada de la profesión en su nivel más puro, se siente diseñadora en general. La consideración por los ecosistemas es el gran hilo conductor de todo aquello que diseña. Conversamos con ella acerca de este concepto tan amplio y complejo y de cómo lo vive en sus proyectos y su entorno.
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  • Majada de ovejas de Cuatro Reinas (establecimiento ovino con el que trabajan en BioCool) en Colonia Tirolesa, Córdoba.
  • Bovinos por entrar a un nuevo potrero en El Puente, Adelia María. Córdoba.
  • Libros de Sergio Toletti en su casa.
  • Mel Bacaloni y Martina Carrara en el espacio de trabajo de BioCool.
  • Lana recién esquilada.
  • Rodaje del curso “Bioinsumos: usos y aplicaciones” de Diez Mil Años y Cristian Crespo. América, Buenos Aires.
  • Post lluvia en el establecimiento productivo Sumaqaman, América, Buenos Aires.
Mel Bacaloni es cordobesa, nacida en Villa María. Estudió diseño de indumentaria y textil en la ciudad de Córdoba, donde vive hace ya más de 15 años. Aunque ahora está alejada de la profesión en su nivel más puro, se siente diseñadora en general. La consideración por los ecosistemas es el gran hilo conductor de todo aquello que diseña. Conversamos con ella acerca de este concepto tan amplio y complejo y de cómo lo vive en sus proyectos y su entorno.

¿Alguna vez ejerciste en el diseño más convencional?

Sí. Tengo una fuerte pulsión emprendedora, desde antes de egresar venía trabajando en proyectos personales. Hice una carrera en estilismo y dirección de arte que me permitió trabajar con muchas marcas locales, de Buenos Aires y del exterior también. Y después no solo di clases en la carrera de Diseño en Siglo XXI, donde estudié,  sino que estuve a cargo de la dirección, lo cual fue una muy buena experiencia que me trajo un bagaje académico, me permitió compartir en el aula muchos de los que para mí han sido desafíos como estudiante y también contar con la posibilidad de traer miradas diferentes a las nuevas generaciones. Era bastante joven, e inconsciente (se ríe), pero fue un lindo paso por la universidad.

Después de estudiar y tener estas experiencias laborales, ¿en qué orden vinieron tus proyectos Hilas, BioCool y 10.000 años?

La historia es así: renuncio a mi rol en la Siglo XXI y solo me quedo con un cargo acompañando a estudiantes en su etapa de trabajos finales. En 2018 hago un viaje que fue como un antes y un después en mi vida, donde corté con varias cosas y reconecté con Guido (Lois)1, que es el cofundador de 10.000 años. Él estaba trabajando para Kiss the Ground hacía bastante tiempo, encargado de la parte de media, y me presentó el concepto de regeneración del suelo y agricultura regenerativa. Yo no tenía ni idea de esto pero sí tenía la sensación de querer dejar de entregar mi energía a la industria de la moda porque no me llenaba por ningún lado. Sentía que el mundo se incendiaba, básicamente, y yo estaba aportando con mi trabajo a una industria que no me representaba. 

1 Guido Lois es autor de la nota ‘10.000 años’ de la Edición 003 en colaboración con Mel Bacaloni y Sergio Toletti. Podés acceder a ella haciendo clic acá.

Aprovechando la experiencia que los dos tenemos en la producción de contenido decidimos, primero, filmar un documental para Kiss the Ground en El Mate, en Adelia María (Córdoba). Y es ahí, por hacerla corta, donde decido trabajar del lado de la vida. Me pasó que tuve una vivencia muy fuerte al llegar al campo (de El Mate): después de haber recorrido varias horas por un mar de soja en nuestra provincia, entro al establecimiento y veo pastos altos, flores, pájaros, abejas, los animales súper mansos y mucha gente trabajando en el campo, lo cual es una figura que tenía un poco desdibujada. A partir de entonces me dispuse a aprender y desaprender un montón de cosas para poner al servicio de esto nuevo el bagaje que yo traía. Era una vivencia de mi trabajo en un campo completamente diferente al que venía frecuentando. 

Entonces, después de ese documental, junto a Guido y Bruno Vasquetto (propietario de El Mate) entendimos que había una oportunidad en poner a disposición de los demás el conocimiento de Bruno, que por su parte ya venía recibiendo visitas de gente en su campo y que ya estaba saliendo a dar conferencias y armando su perfil de orador. Dijimos “che, pongamos un curso en línea”, y así nos embarcamos en entender qué necesitábamos para que esto sucediera. De esta forma nace 10.000 con una clara intención, tanto de Guido como mía, de armar una plataforma en línea para personas de habla hispana con foco en Latinoamérica y haciendo mucho hincapié en nuestra región. Siempre muy orgullosos de ser latinoamericanos, entendiendo que esta región puede ser como un gran norte para el resto del mundo en prácticas que retomen, o que no están tan lejos, de saberes ancestrales, con un gran dominio del trabajo de la tierra, y que nosotros íbamos a ser un espacio de encuentro donde convivían la capacitación, el contenido y la comunidad. 10.000  años es el proyecto madre del cual se desprenden después mis otros proyectos enmarcados en regeneración o sostenibilidad.

¿Cómo llegaron esos nuevos proyectos?

10.000 años me permitió tomar contacto con productores y de ahí nacen Hilas primero, y BioCool después. Mi socia Martina Carrara, también diseñadora, y yo, nos encontramos ante una problemática en una localidad muy cercana: hay una fibra súper valiosa y noble que no encuentra un lugar en el mercado o no resulta interesante para la industria textil, que es la lana de las ovejas que tienen un fin carnicero. Nos adentramos en la industria ovina que no tiene fines textiles –ocurre sobre todo de La Pampa hacia el norte– para entenderla y así tuvimos dos líneas de exploración. Por un lado, Hilas, que es la parte que apunta a recuperar esa lana y a producir hilados finos para textil, mezclándolo con otros materiales que mejorasen el tacto y le ofrecieran a diseñadores o a personas que tejen una línea de productos con diseño y con un trabajo muy cuidadoso de trazabilidad para entender la cadena de producción hacia atrás. También hubo una pata social muy linda y desafiante en este proyecto, que fue incluir a las tejedoras e hilanderas, un grupo de mujeres peruanas que viven en nuestra ciudad, con las que trabajamos para desarrollar esta nueva línea de negocio. Y por otro lado, en paralelo, BioCool, en el que desarrollamos  aislantes térmicos y acústicos con lana de oveja 100% natural. Este proyecto nos tiene enamoradísimas porque realmente vemos un gran impacto, no solo en la descarbonización de la industria de la construcción sino en la eficiencia energética y el aprovechamiento de materiales que de otra forma terminan siendo residuos en la industria.

Hay un hilo conductor en estos tres proyectos que es la consideración por los ecosistemas y lo que te rodea, ¿siempre fue una inquietud para vos? ¿Cuándo se despertó?

Creo que siempre tuve un registro de consideración con el lugar donde vivimos y con las cosas. Yo nací en el 89, si bien la formación ambiental era mayor que la que tuvieron mis padres, tampoco fue tanta. Viene mucho de la educación en casa, desde lo básico de entender la diferencia entre orgánico e inorgánico… son preocupaciones que creo que sí traigo desde chica pero creo que empiezo a integrar lo que tiene que ver con la sostenibilidad cuando el registro de mí misma se va acrecentando, cuando yo puedo indagar en mi forma de atravesar la vida. Repito, esta vivencia que tuve en El Mate fue un punto clave. Quizás no me había dado cuenta antes, sabía que no quería trabajar más en el mundo de la moda, pero fue gracias a esa vivencia corporal que yo dije “quiero trabajar con esto”. Fue como ir sofisticando ese sentir a medida que fui creciendo y aprendiendo cosas nuevas.

Si tuvieras que definir la sostenibilidad, ¿qué dirías que es?

Es la coherencia entre ese sentir y ese actuar que podemos ejercitar cada día a nivel individual. Son las decisiones que puedo llegar a tomar frente a una cosa u otra entendiendo mis limitaciones, mis recursos, lo que tengo a la mano. Sin castigarme y sin hacerme cargo de algo que me excede. Darse cuenta de que no hay que cargarse el peso de algo que es sistémico en una sola espalda toma tiempo o mucha frustración. Entonces, para mí, la sostenibilidad es eso, es coherencia. 

Volviendo a 10.000 años, según escriben en su sitio web, el propósito es transformar el sistema productivo en uno distribuido y descentralizado. ¿A qué se refieren estos dos términos?

Acá voy a traer sí o sí a la agroecología como marco teórico cercano y bastante acorde a lo que queremos proponer. Es también el espacio que nos ha acercado a mucha gente con la que estamos trabajando y donde vemos aplicada esta coherencia que definía anteriormente. Descentralizar y distribuir me parece que habla, sobre todo, de un sentido de posibilidad. Cuando pasamos de lo gigante a lo pequeño eso tiene la posibilidad de convertirse en un hecho tangible, real, y además, disfrutable. Desde mi punto de vista, y sin entrar en un esquema económico-político, porque no creo tener unas nociones tan acabadas como para ahondar en ese terreno, mi consideración de descentralizar y distribuir es que este movimiento o cambio que nos requiere la época en la que vivimos, se vaya generando como si fueran sistemas nodales, con un tejido donde van apareciendo distintos focos donde cada comunidad puede expresarse conforme al entorno donde está sumergida y con los recursos que tenga a la mano, porque eso es lo que hace que la diversidad y todas sus bondades aparezcan.

En este sentido, donde cada región y los recursos son tan diversos, ¿cómo abordan las formaciones para que no sean algo tan específico de un lugar concreto sino que abarquen esa diversidad?

Primero, entendiendo que buscamos aliarnos con personas que no traigan recetas sino principios, y que llaman nuestra atención por tener una experiencia “exitosa”, que puedan ser replicables desde la motivación, desde una práctica puntual o desde, al menos, sembrar la curiosidad en querer hacer las cosas de forma diferente. Si hablamos, por ejemplo, de agricultura basada en la salud del suelo, no pretendemos que alguien diga exactamente qué hacer sino mostrar la sugerencia o la experiencia de alguien más que ya se ha dedicado a observar qué sucede en su espacio, que se ha dedicado a tratar de cuidar el suelo en todos los niveles, más o menos aparentes, promoviendo la microbiología y la diversidad de cultivos, haciendo integración animal, cuidando los movimientos o la perturbación. En la agricultura regenerativa encontramos principios que son aplicables en mayor o menor medida en distintos territorios, y así es como lo venimos haciendo. Tuvimos desde el principio audiencia desde México hasta el sur de nuestro país. Y también nos ha sorprendido la presencia de personas de habla hispana que están en otros continentes. Lo cierto es que no había demasiado contenido en español que hablara de esto.

¿Cuál es la profesión de las personas que acuden a estas formaciones?

Vienen productores de distintas escalas. Hay mucho pequeño y mediano productor que necesariamente siente que tiene que hacer un cambio en la forma en la que está trabajando la tierra. Voy a ser reduccionista, pero por poner dos ejemplos muy claros: está aquella persona que ya tuvo una incorporación de conceptos nuevos y tiene otra conciencia sobre cómo trabaja su tierra; y también está aquella persona que siente que va directo a la quiebra. Bruno Vasquetto y su familia comienzan siempre contando su historia: o cambiaban su manera de trabajar o quebraban. El contagio de productor a productor, de ver que lo que le funcionó a uno también me puede funcionar a mí, es bastante efectivo respecto a tomar cartas sobre el asunto. A lo mejor el problema es general, como que el precio de los agroquímicos aumenta en todo el mundo; pero quizás tu principal problema es que no estás teniendo el convencimiento o el tiempo necesario para embarcarte en un cambio así. No vendemos el camino de la transición como uno brillante ni fácil, sobre todo porque hay un montón de factores que son incontrolables (como la sequía de este año, por ejemplo). Queríamos ser espacio de encuentro para que la gente conversara y que de esa conversación pudiera surgir nuevo conocimiento, no necesariamente formal pero sí muy aplicable, muy humano. Siempre estamos intentando abrir espacios de conversación gratuitos, webinarios, conversatorios… creemos que hace falta acercarnos nuevamente con menos miedo al otro.

¿Cuáles son las principales necesidades o carencias que tienen las personas que acuden a 10.000 años? ¿Qué les sorprende?

Quizás mucha gente se sorprende cuando se los alienta a apelar más al sentido común y a la experiencia propia. Hay todo un sistema de la agricultura industrial que mata y anula esas capacidades porque vienen fórmulas muy predeterminadas en las que uno quizás confía o deposita demasiado. Cuando hacen pruebas que no están prescritas en ningún lado, que se les ocurrieron a ellos y que funcionan, es como un éxtasis. 

Esa desconexión con el sentido común nos lleva a lo que mencionan en el artículo ‘10.000 años’ de la Edición 003: la desconexión del ser humano con la naturaleza. ¿Cómo dirías que es nuestra relación actual con la naturaleza, la de un habitante de Buenos Aires o de Córdoba capital, por ejemplo? 

Bueno, ahí me pongo yo como ejemplo. Tanto Guido como yo no dejamos de ser dos personas que viven en entornos citadinos, que tienen una fuerte pulsión por apoyar desde todos lugares posibles a quienes están en ese espacio que ha sido por tanto tiempo maltratado y desconsiderado, que son los productores que al final ponen el alimento en tu mesa cada día. Cuando uno entiende que no está por fuera de la naturaleza, puede ser más cuidadoso. Me parece que nos tenemos que tomar el tiempo para, al menos observar –no sé si la llegamos a entender– cómo opera esta inteligencia que nos contiene, que hay algo que nos une a todos los seres que habitamos en este planeta y a todas las cosas que surgen de él y que nos pueden dar un montón de claves para tener una vida un poquito más alineada en términos de respeto y de cuidado. Creo que hay muchos ciclos que podríamos observar, viviendo aún en la ciudad. Hay muchos flujos de energía que quizás no estemos imitando correctamente, hay muchas acumulaciones y desperdicios y no estamos haciendo circular esa energía de manera armónica. Ni hablar de trascender la indiferencia, a esta altura de la vida, de que te dé lo mismo separar los residuos que no, o compostar o no, algo que nos toca como ciudadanos. Creo que hay todo un trabajo para hacer que, repito, se puede empezar por algo pequeño y factible, y que en la mayoría de los casos probablemente también sea disfrutable. Me parece que hay algo muy enriquecedor detrás de adquirir información, conceptos o prácticas que te traigan bienestar. 

Hablando de lo alimentario en particular, ¿cómo dirías que nos afecta la desconexión a nivel individual, con el productor y con el entorno?

Quizás sueno repetitiva porque hay muchas personas que están dando un mensaje similar pero, sobre todo en las infancias, el grado de desconexión es muy evidente. Vemos ejemplos de niños, niñas y niñes que no entienden quizás que determinado producto no aparece mágicamente ni de una máquina. Y en muchas ocasiones las personas  adultas tampoco tenemos idea de lo que es un alimento o de dónde viene. Con la alimentación saludable yo creo que hay un camino para reconectar: primero tachás los ultraprocesados, después entendés qué tolera bien tu cuerpo y en algún momento vas a tener que ir al origen de los alimentos. No sé, por ejemplo, si a mí me encantan o me caen súper bien los dátiles de Egipto… capaz tengo que reconsiderar qué gusto dulce me voy a dar que esté un poquito más cercano a mí. También tiene que ver con quitar ansiedades, creo que vivimos cargados de ansiedad porque no entendemos procesos y porque no los disfrutamos. Siempre voy a mencionar la feria agroecológica como fuente de inspiración y explicación para muchas cosas. Yo tuve un cambio radical de alimentación, pasé por todo este proceso que expliqué recién. Primero, anular cosas; después, ver qué me caía bien; y luego, ver dónde las conseguía. Yo creo que en la feria uno aprende humildemente a reconciliarse con las estaciones, con la disponibilidad, a que un productor no haya podido ir ese día y que no pudieras comprar lo que querías, y de esas limitaciones crear unas nuevas pautas de diseño para tu compra y cocina cotidiana o para tu consumo. En la feria creo que siempre podemos encontrar el rasgo humano que hay detrás de los alimentos, de las fibras, de los textiles, de lo que sea. También creo que, como personas que vivimos en ciudades, estamos muy privados de la sensación de comunidad, nos cuesta mucho reconocer o apropiarnos de espacios que nos generen ese sentir. 

La pandemia dejó muy patente esa necesidad de reconexión en muchas personas y las llevó a migrar de la ciudad al campo, ¿es un público que acude a 10.000 años? ¿Con qué obstáculos se encuentran ante un cambio tan grande?

Hace tiempo tuve una conversación con Andrea Leia2 de Shamballa, que se encuentra de manera más frecuente con la neoruralidad, digámosle así, con gente que se fue de las ciudades y que viene con miedos por exceso de información o por falta de entendimiento. Ella me contaba que se encuentra con un montón de personas que vienen temerosas, diciendo “yo no voy a impactar nada, no voy a modificar, no voy a tocar nada”... y en realidad eso es medio imposible que suceda. Está bueno, incluso, que modifiques, que sumes o que te sumes al ciclo o a lo que ese entorno requiera. Me parece que puede haber un poco de frustración por la falta de sincronía con la cantidad de información que incorporamos de manera teórica y con lo que te propone cada territorio, que no es lo mismo en todos los lugares. Después también se suma el desafío no menor de cambiar de ritmo de vida, que puede sonar muy trillado. Es como si tu cuerpo hubiese estado la mayoría de sus años de vida en un estado de lujo o en un ritmo que es completamente diferente al que te propone este espacio “vacío” que es el campo, donde quizás prime el silencio ante los ruidos, donde tengas un disconfort térmico del que no habías sido consciente hasta que te moriste de frío y te quedaste sin leña. Creo que requiere un involucramiento mayor en la gestión de tu vida cotidiana, desde lo que vas a comer, cómo te vas a procurar energía, qué vas a hacer con tus residuos, cómo te vas a integrar con tus vecinos/as, con los animales presentes ahí… Es un proyecto que difícilmente podés llevar a cabo en solitario. Vuelve la idea de comunidad, necesitás un espacio en el que puedas entregarte y sentirte contenida, donde tengas un objetivo común, donde puedas resfriarte un día y saber que alguien más va a cuidar a los animales y no tenés porqué hacerlo vos. 

2Andrea Leia es autora de la nota ‘Sembrando resistencia’ de la Edición 002 de Anchoa. Podés acceder a ella haciendo clic acá.

Tenemos muchos amigos de 10.000 que son casos de éxito en este sentido. Gente muy pila que tiene conocimientos de otras áreas: marketing, publicidad, comunicación, etc. que se dijeron “quiero producir algo pero no sé qué” y nosotros fuimos espacio de formación para ellos. Hoy esos emprendimientos están en vigencia y siguen creciendo. Hay un fuerte foco en buscar las personas que quieran transformar su realidad y viene de la mano de un desarrollo que tiene que ser equilibrado en todas las dimensiones. Y el éxito en estos casos se determina porque están contentos con el crecimiento que han logrado, con cómo han conciliado su vida laboral y familiar, y con cómo pudieron desacoplarse de tareas que los atormentaban como estar todos los días en el banco y no en el campo. Creer que las personas se pueden empoderar más allá de saber en qué momento sembrar, cosechar o con qué técnica es mejor, sino entender que son agentes transformadores de distintas realidades locales es algo en lo que hacemos mucho hincapié.

A veces cuando se habla del campo, envueltos en cierto romanticismo, olvidamos que al final del día los proyectos deben ser productivos y rentables. ¿Dan apoyo desde 10.000 años en este sentido?

Tratamos de generar contenido que no desatienda esa parte, que se integre y que la propuesta vaya de la mano. Ver qué inversión se necesita y qué flujo de caja, entre otras cosas, para cada objetivo. Yendo a dos cosas puntuales: la avicultura ecológica es algo súper recomendado si querés arrancar con una operación de rápido crecimiento y retorno que no requiere una inversión muy alta y que te va a dar un flujo de caja semanal; en cambio, el engorde de novillos es un negocio que toma más tiempo, con el cual quizás tenés una venta en el año que es muy potente pero que no va a aportar a tu caja más cotidiana. Estas son distintas unidades que tiene El Mate, por ejemplo, que nunca deja de ser un referente porque han logrado esto: tener en varios niveles actividades que son productivas, rentables y a la vez beneficiosas. Son un referente justamente por eso, porque no niegan ninguna variable. 

Es bastante habitual, sobre todo en generaciones jóvenes, caer en una visión  negativa del declive del mundo. ¿Cómo ves esto?

A mí me cuesta mucho entrarle a la gente por convencimiento o por el dedo acusador. Yo tengo un lado muy apocalíptico que decido no alimentar. De ahí sale una pauta: qué tanto estás decidiendo alimentar esa idea, cuánto la estás contrarrestando con tu accionar, qué tanto estás involucrándote con las cosas que para vos tienen que cambiar y qué estás haciendo para que ese cambio suceda. Creo que es un alivio centrarse en los pasos cortos, algo así como el “aquí y ahora” sin querer sonar a una frase inspiracional burda, sino realmente, ¿qué me puede sacar de esa espiral de ansiedad y qué me puede hacer sentir mejor? Comprendiendo también que, si en tu cabeza la idea del colapso es súper sólida, bueno, ¿cómo lo vas a vivenciar? ¿cómo vas a llegar a ese momento final? Me parece que es una cuestión de honrar la vida que aún está acá. 🐟

Bibliografía