El tramo argentino del río Paraná

El tramo argentino del río Paraná

Texto: Sebastián López Brach
Nací en Rosario, Argentina, y crecí jugando en las aguas marrones del río Paraná. Este gran río nace en Brasil, por la confluencia del río Grande y el Paranaíba, hasta su desembocadura en el Río de la Plata, para luego terminar en el mar. Su recorrido tiene una extensión de 4800 km aproximadamente. En este último tramo, conforma el Delta del Paraná, uno de los ecosistemas más biodiversos e importantes de América Latina.
Esta enorme extensión de territorio está marcada por las crecientes y las bajantes del río, que generan el pulso de vida propio y muy dinámico, el pulso de nuestras coexistencias, las relaciones entre y con los seres que lo habitamos.
En esta zona antiguamente habitaban los Chaná-timbúes, una etnia indígena que se desplazaba en canoa por las aguas del río, pescando y cazando para subsistir. Hoy en día, hay muchas familias habitando los humedales. En su mayoría continúan sosteniendo la pesca artesanal como modo de vida y tradición cultural. Las viviendas suelen estar elevadas del suelo para protegerlas de las crecidas y son autoconstruidas con materiales reciclados y adquiridos en la ciudad. Si bien las comunidades isleñas siempre tuvieron la capacidad de adaptarse y acomodarse en un territorio cambiante, las transformaciones antrópicas que hoy sufren los humedales están poniendo en peligro toda la vida y la cultura del Paraná.
El río Paraná, siendo uno de los más extensos y caudalosos del planeta, estuvo pasando por el peor descenso registrado. Este paisaje sin agua es un paisaje muerto, carente de alma. Este descenso sin precedentes y prolongado del río Paraná provocó la desaparición de lagunas, arroyos y otros cursos de agua, dificultando la movilidad de las comunidades que viven más adentro y se trasladan en barcas/canoas, e imposibilitando el acceso a las ciudades cercanas en busca de suministros o atención médica. Además, con este descenso extremo del río, un valioso y vital recurso como es el agua empieza a escasear, poniendo aún más en peligro la salud de toda la comunidad que habita en este ecosistema.
Pero este no es el único problema al que se enfrenta. Desde principios del 2020, todo el Delta del Paraná está siendo devastado por el fuego. Estos incendios son producidos, de manera ilegal, por empresarios ganaderos y/o inmobiliarios que buscan generar mayores extensiones de tierras aptas para la actividad. También está claro que la bajante del río y la histórica sequía en la región causada por el cambio climático son factores que contribuyen en la propagación de los fuegos, poniendo en riesgo aún más el equilibrio del ecosistema y profundizando así el cambio.
La magnitud de estos incendios provocados en la región deja múltiples consecuencias, como la mortandad de animales y la pérdida de hábitat, el empobrecimiento del suelo, la contaminación del agua y del aire, además de representar un riesgo muy alto para la salud de los habitantes de las islas. El humo que durante meses invade la vida cotidiana de los habitantes de las riberas contamina el aire de una forma nunca antes registrada, agravando más la delicada situación sanitaria que ha traído al mundo el coronavirus. Jamás en la historia se había producido tanta destrucción en este importante ecosistema. Las olas de calor que se han registrado desde enero de 2020 en la región han puesto de manifiesto la peor crisis socioambiental de la zona.
La coyuntura nos obliga a mirar el río.




Texto: Sebastián López Brach
La desaparición de este ecosistema está acelerando aún más el brusco cambio climático que viene aconteciendo. En mi región, las principales causas de la destrucción de los humedales son: la deforestación para la industria ganadera que exporta carnes al mundo, el avance desmedido de la urbanización ilegal a través de negocios inmobiliarios, la construcción ilegal de terraplenes que modifican los cauces del agua, la pesca industrial que depreda la fauna ictícola a pesar de la emergencia hídrica que atravesamos, la exportación de soja a través de grandes buques que van deteriorando las costas y la profundidad del río, las hidroeléctricas construidas más arriba que modifican el caudal del río a su antojo, la contaminación del agua por los desechos industriales y cloacales arrojados por las grandes ciudades, la extracción de grandes cantidades de arena destinada al fracking en Vaca Muerta; y la lista continúa. En fin, por donde lo miremos, el modelo extractivista es el principal destructor del humedal.

Texto: Irene Wais
La Cuenca del Paraná tiene cuatro tramos muy definidos por su variada hidrogeomorfología†. Desde las nacientes en el Macizo Central Brasileño hasta los Saltos de Guayra o Cascada de Siete Caídas (hoy cubiertas por el embalse de Itaipú) se denomina “Paraná Superior”. Luego, desde allí a pocos kilómetros aguas arriba de la frontera argentina hasta la desembocadura del río Paraguay, es el “Alto Paraná”. A partir de esa confluencia, caracterizada por el gran aporte de sedimentos del río Bermejo, se denomina “Paraná Medio”. Es en este sector donde comienza a desarrollarse en una de sus márgenes el valle aluvial que permitió a lo largo de la evolución las crías de los peces migradores. La superficie de los humedales en lagunas isleñas se fue ampliando hasta la desembocadura en el estuario del Plata, con una singularidad, única en el mundo para un gran río: la inversión de sus riberas. Gracias a la fuerza de Coriolis de rotación de la Tierra y a la forma de la provincia de Entre Ríos, al llegar a la desembocadura del río Carcarañá las barrancas y las zonas bajas se invierten. Además, aumentan su superficie.
† Hidro = agua, geo = suelo, y morfolog?a = estudio de la forma.

.webp)

Texto: Irene Wais
Convivimos actualmente con un grave contexto de bajante histórica extrema por tercer año consecutivo de la columna vertebral hídrica de la Argentina: el río Paraná. Tres cuartas partes de la población del país habitan en ciudades o pueblos a sus orillas, y dependen de sus aguas, tanto las superficiales como las subterráneas en el Acuífero Guaraní. A la situación de sequía, hay que agregarle las quemas intencionales de los pastizales en humedales de las islas del valle de inundación del río, para cría de ganado y otros cambios del uso del suelo. Esas modificaciones antropogénicas alteran una gran variedad de procesos biológicos naturales y ponen en riesgo la rica biodiversidad de esos ecosistemas indispensables como sumideros de carbono, reservorios de agua y nursery de sábalos, dorados, surubíes, pacúes, manguruyúes, patíes. Estos peces son endémicos de América del Sur y tienen importancia comercial y cultural desde la época de los pueblos originarios precolombinos.
Es menester dimensionar cómo los dos fenómenos –bajante extrema e incendios– afectan la migración de peces. Hace más de cuatro décadas, trabajé con quien fuera mi director de beca y de mis primeros años en la carrera de investigador del CONICET, el doctor Argentino Aurelio Bonetto, ictiólogo santafesino ya fallecido. Empleábamos, en aquel entonces, un método tan artesanal como ingenioso, ideado por él, impensado con la tecnología actual, para dilucidar el comportamiento de los peces migradores.
La única manera de demostrar las corrientes ícticas migratorias era (y sigue siendo) marcándolos. A diferencia de las metodologías actuales que se realizan por medio de un chip con GPS incorporado, Bonetto pensó, décadas atrás y con recursos acotados, una técnica de seguimiento para investigación por la cual extraíamos los peces del río Paraná con red y sin lastimarlos, para luego liberarlos, portando una marca muy peculiar. Los colocábamos en un fuentón con agua del río en un bote. Les inyectábamos anestesia y antibiótico, para luego insertarles con una aguja curva una tanza enganchada con nudo alondra a un delgado tubo de manguera cristal, el insumo más común para pasar suero. Dentro de ese pequeño cilindro de silicona transparente iba enrollado un pequeño papel que se introducía cuidadosamente, enroscándolo en un alfiler extraíble. Después, se lo sellaba en sus extremos con una pinza caliente para que no le entrase agua. Luego los liberábamos.
En la era previa a internet y las redes sociales, el procedimiento continuaba en la vía pública, pegando afiches en lugares de mucha concurrencia: estaciones de micros y trenes, sucursales de correo, bancos, teatros, cines, hospitales, aeropuertos. En los carteles se solicitaba a quienes fueran pescadores deportivos o comerciales que si extraían del agua un ejemplar que contara con este pequeño tubo, lo retirasen con cautela, sacaran el papel de adentro, lo desenrollaran y completaran una serie de datos: tipo de pez, sexo (macho o hembra), largo total y estándar hasta donde comienza la aleta caudal (que a veces es comida por depredadores), ancho del ejemplar, fecha y lugar donde se capturó, y datos personales de quien lo pescó. Luego se enviaba el pequeño papel completo con esa información por correo postal a uno de los cuatro institutos que se encargaban de la investigación en Santa Fe, Corrientes, La Plata y ciudad de Buenos Aires. Tuvimos una importante recaptura de sábalos y dorados, las principales especies de peces marcadas. Cada pequeña papeleta tenía un número único y gracias a eso se pudo hacer el seguimiento de cuánto recorrió cada ejemplar y en qué período de tiempo, porque anotábamos en una planilla las características de cada uno y dónde los habíamos largado. Con ese mismo número, identificábamos cada ejemplar liberado previamente y, de acuerdo con el lugar donde se lo había recuperado, podíamos calcular el lapso y el recorrido.
En condiciones normales, los peces adultos se alimentan en la boca del Río de la Plata o del Delta del Paraná. Acumulan reserva en sus grasas y por instinto nadan contra la corriente aguas arriba para reproducirse en áreas más cristalinas y sedimento menos arcilloso. Las hembras depositan los óvulos, los machos el esperma, y de los huevos nacen larvas, que se convierten en alevinos. Históricamente, ingresaban a los humedales con la creciente. Luego, con la bajante, los peces pequeños permanecían en los humedales separados de los peligros del gran río, a resguardo de grandes depredadores. Allí, en los humedales, se nutrían de todo tipo de insectos, gusanos, caracoles y cangrejos. De vuelta con la creciente, los peces ya adultos volvían al canal principal del río y empezaban a migrar aguas abajo a alimentarse, para dar lugar a una nueva generación. En el contexto actual, estos ciclos migratorios no están pudiendo cumplirse y corre grave peligro la gran biodiversidad ictícola de la región.
La pesca artesanal es una de las riquezas culturales que sobreviven actualmente en las comunidades
del río Paraná.
En la isla El Espinillo y en la Boca de la Milonga habitan más de 20 familias de pescadores y puesteros que sobreviven al olvido, a los incendios, a la explotación y a la bajante histórica del río Paraná, la peor desde 1944.
Desde el otro lado de la orilla, en la ciudad de Rosario, la vida es distinta, las comodidades y necesidades son otras. La pesca no es recreativa, no hay comercialización. Muchas personas con cañas se reúnen en parques o zonas ribereñas para echar suerte con sus líneas de pesca, a la espera de un pique.
.webp)




.webp)
.webp)


.webp)
.webp)
.webp)

.webp)
.webp)

Texto: Irene Wais
El cambio climático es un proceso de modificación paulatina de las condiciones ambientales que afectan a los ecosistemas. Pero no es el único responsable de la bajante histórica del río Paraná, como muchos creen. Se trata de un fenómeno multicausal, con modelos de producción insustentables que extendien la frontera agropecuaria con monocultivos herbáceos y forestales exóticos, y que ocasionaron un tremendo desbalance hídrico porque han demandado gran cantidad de agua virtual. Cuando este recurso indispensable sobra, no es un problema, pero sí cuando falta, como ahora.
Las consecuencias de la bajante del Paraná y de la quema de humedales sobre los peces migradores de importancia cultural y comercial son devastadoras por la alteración de los ecosistemas, que repercute indisolublemente en sus ciclos vitales.
Los seres humanos somos parte del ambiente y es imposible separarnos de él. En 2010, la Asamblea General de las Naciones Unidas reconoció explícitamente el derecho al agua y al saneamiento como esenciales para la realización de todos los demás derechos humanos. Hoy, se encuentran conculcados por la vulnerabilidad de los ecosistemas de humedales por acciones humanas extractivistas. Es falsa la dicotomía entre desarrollo y sustentabilidad ambiental.
Me preocupa el impacto social por el deterioro ambiental del valle aluvial del río Paraná en el tramo argentino. Es parte esencial de una de las cuencas más grandes del mundo, tanto en superficie como en profundidad, porque por debajo corre el Acuífero Guaraní. El 85% de los recursos hídricos del país está en ese río y sus afluentes, y de él depende toda la Pampa húmeda y la Mesopotamia. Es fundamental que restablezcamos una mirada pluricultural del Paraná, y que combinemos arte y ciencia para comunicar la transformación antropogénica que han venido sufriendo los humedales, hoy reducidos a su mínima expresión, casi inexistentes en relación con lo que fueron, y poder revertir ese daño. 🐟