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Edición
Edición Digital
002

Juan, el cangrejo y el mar

Texto:
Solana Tixi, Teodelina Quesada
En colaboración con:
Imágenes:
Laura Ferro
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002

Juan, el cangrejo y el mar

Texto:
Solana Tixi, Teodelina Quesada
En colaboración con:
Imágenes:
Laura Ferro
Era el viaje de tres amigas: una fotógrafa, una cocinera y una escritora. Laura Ferro, Teodelina Quesada y Solana Tixi encararon hacia el sur, a más de 1000 kilómetros de Buenos Aires. Al llegar, descubrieron el arte de un oficio en extinción y este es el resultado de su investigación. Los consumidores tienden a encontrarse en los márgenes de los sistemas de producción alimenticios pero esta historia es un tanto diferente.
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Era el viaje de tres amigas: una fotógrafa, una cocinera y una escritora. Laura Ferro, Teodelina Quesada y Solana Tixi encararon hacia el sur, a más de 1000 kilómetros de Buenos Aires. Al llegar, descubrieron el arte de un oficio en extinción y este es el resultado de su investigación. Los consumidores tienden a encontrarse en los márgenes de los sistemas de producción alimenticios pero esta historia es un tanto diferente.

Esta es la historia de Juan Benegas, los cangrejos y el mar. Juan es pescador. Hace 43 años vive en Puerto Pirámides, un pueblo pesquero de la Península Valdés, ubicada en la costa patagónica de la provincia de Chubut y unida al continente por un istmo fino y eterno. Pirámides, como lo llaman los lugareños, es conocido por el famoso avistaje de ballenas que entre julio y noviembre cada año recibe a más de 150.000 turistas.

El día que conocimos a Juan el mar estaba calmo y el cielo totalmente despejado. De fondo, el viento traía el sonido constante del mar. Un viento seco, cortante. Juan se bajó de su camioneta con una red en la mano curtida por la sal y una sonrisa en la boca que mantuvo durante todo el encuentro. Nos contó que era un día perfecto para salir a pescar, pero esa mañana nos regaló una visita y con el mar de costado empezó a compartir su historia con nosotras.

“A veces me pasa que algunos se defienden tan bien que los libero. Conozco a mi presa y, aunque algunos cangrejos den pelea, sé que al final, por una cuestión de tamaño, voy a terminar ganando. Por eso a veces los dejo ir. Me sale del alma, de adentro. Es mi forma de vida”.

Nació hace 55 años en Estados Unidos y pesca desde los 12. A Puerto Pirámides llegó junto a su familia. Sus padres lo trajeron a la Argentina “justo en la época de la Guerra Fría, cuando desaparecían ciudadanos norteamericanos”. Su madre, su padre y sus 8 hermanos se embarcaron en esta aventura, buscando un lugar donde vivir, poder trabajar y asentarse. El primer día que se subió en una lancha, terminó la jornada y se dio cuenta que tenía las orejas en carne viva por el sol.

Cuando rememora su historia con el mar, deja que los ojos se le pierdan en el paisaje y se pongan más azules todavía. “Este lugar me tiene atrapado. Cuando voy al agua me siento libre. Creo que además tengo condiciones para la pesca y eso me motiva. Lo veo con pibes de 20 años que no me pueden alcanzar el ritmo. Los cangrejos son muy buenos para esconderse, y tengo habilidad para encontrarlos. Siento que sirvo para esto y por algo será. Quizás sirva para muchas otras cosas, pero la vida no me mostró otros caminos. Aunque lo intenté. Cuando tenía 27 años me casé y mi mujer en ese momento me dijo: “La pesca o yo”. Entonces me busqué un trabajo “normal”, en una empresa pesquera, donde uno no desaparece por 36 o 72 horas porque se sigue pescando. Es que cuando me tiro a bucear siento que soy yo, me encuentro conmigo. En tierra no me siento así. Lo mío está en el agua”.

Lo que me hace un cazador

“Los cangrejos no se pescan, se cazan”, explica Juan. Eso lo convierte en cazador. Nos cuenta que existen dos formas de practicar este tipo de pesca: una es empleando trampas que se disponen en el fondo del mar y la otra es con la mano, cuando el cazador baja buceando a buscarlos. Él emplea ambas aunque reconoce que las trampas son crueles porque hacen sufrir al animal.

Cada jornada de la temporada de caza –que dura entre 4 y 8 horas dependiendo de la visibilidad y va de diciembre a mayo– Juan se presenta en el mar para encontrarse con su presa. Historias con el mar tiene muchas. “Una vez uno casi me degüella. Hay que tener buenos dedos para aguantar. Yo uso guantes de neoprene. A veces me pasa que algunos se defienden tan bien que los libero. Conozco a mi presa y, aunque algunos cangrejos den pelea, sé que al final, por una cuestión de tamaño, voy a terminar ganando. Por eso a veces los dejo ir. Me sale del alma, de adentro. Es mi forma de vida”.

Hay una época que se da una vez al año en la que no se puede cazar cangrejos porque es la época de muda. Durante este período el crustáceo pierde el caparazón, “se queda sin protección, queda todo blandito, hecho una gelatina”. Ahí se aletarga, se entierra y al final del proceso que dura unos 4 meses se empieza a endurecer la piel y vuelve a formarse un nuevo caparazón.

La suya es una caza con menor impacto en el medio ambiente. Lo logra a través de una técnica artesanal de carnada que emplea boyas de pesca llenas de cebo para atraer a los cangrejos, carroñeros por naturaleza. Benegas explica que el hecho de que sea artesanal significa que “es de baja escala, selectiva y de recolección manual”. Cuando le preguntamos qué es exactamente la pesca artesanal, Juan nos cuenta que “es un arte de pesca no invasiva y no contaminante. Se pesca para el sustento. Es el pescador que va al mar y le pone el cuerpo. La pesca artesanal es de mucho menor impacto. Todo el dinero que se gana queda en la comunidad. En cambio, la comercial es con barcos grandes, con tripulación, con red de arrastre. El principal problema con este tipo de práctica –denominado pesca incidental– es que cuando se tira la red, se levantan y se sacrifican un montón de especies que se devuelven muertas al mar. Especies que juegan un rol importante en el ecosistema marino, generando un desequilibrio difícil de acomodar”.

Se pesca para el sustento. Es el pescador que va al mar y le pone el cuerpo. La pesca artesanal es de mucho menor impacto. Todo el dinero que se gana queda en la comunidad.

El viaje del cangrejo

Benegas captura a sus presas desde una embarcación con permisos de pesca y habilitaciones otorgadas por instituciones oficiales. Si bien cada provincia tiene sus reglamentaciones, en Chubut, lo que se pesca se traslada en un vehículo refrigerado a una fábrica pesquera que filetea y congela el producto. Luego es llevado a Trelew, donde se realizan análisis de marea roja, en base a cuyos resultados se otorgan certificados sanitarios para que se pueda circular en el mercado para consumo final. “Yo vendo los cangrejos congelados. Los pesco y los sulfateo. El sulfito de sodio es un antioxidante que se utiliza en crustáceos, cangrejos y langostinos para evitar la melanosis –proceso de oxidación que hace que la cáscara se ponga negra–. En una jornada en mar adentro, se pueden recolectar entre 50 y 70 kilos, que equivalen a 200 cangrejos aproximadamente”.

Donde manda el mar

La pesca artesanal es un oficio que está en extinción. Su poesía tiene una mueca compleja. Juan reconoce que es “una labor marcada por la incertidumbre, el clima, el mercado y la ley de oferta y demanda. No existe la justicia, no hay reglas claras. Muchas veces el esfuerzo de nuestro trabajo no está reflejado en la ganancia. En el mar no hay leyes, gana el más fuerte. Existe cooperativismo frente a conflictos externos, pero a la hora de pescar, nadie quiere que se lleven sus pescados”.

Pensemos en los pueblos pesqueros, en la sensación de melancolía que a veces nos dan los lugares recónditos que miran al mar y ponen su cara a merced de un viento que arrasa. Muchos de los pescadores artesanales son lugareños herederos de una tradición familiar que suelen continuar más por herencia y necesidad que por elección u oportunidad. Es así como muchos de ellos van asentándose, como pueden, de acuerdo con lo que trae la marea. Por eso para este tipo de pescadores, las condiciones son adversas. Se puede vivir de la pesca artesanal, pero el precio es muy alto. “Todos los pescadores artesanales son buenos pescadores y son necesarios, pero al dedicarse solamente a pescar, no pueden desarrollar otros recursos, y eso deja a los pescadores en situaciones a veces muy difíciles”, nos confiesa Benegas.

“Hoy puedo vivir de la pesca, porque entendí lo importante de diversificar mis ingresos”: Juan es guía ballenero, buzo profesional e instructor. Armó una agencia de turismo y operadora de buceo que lleva adelante su hija y con esto logró generarse una estructura que le permita subsistir.

La pesca artesanal es un oficio que está en extinción.

La posibilidad de lo ideal

Si lo más fresco es comer el producto vivo, ¿existe alguna forma de comprarle directo al pescador? Juan se entusiasma porque detrás de la pregunta aparece un sueño: “Se podrían armar piletas que conserven los mariscos. Hace un tiempo propuse hacer una banquina de peces y mariscos vivos dentro de piletones cercanos al mar. Pudimos comprobar que los peces podían vivir en los piletones durante cuatro días aproximadamente. Lo bueno de esta idea es que cuando el consumidor final viene a comprar, se encuentra con el animal vivo y entonces, sólo entonces, puede ver y nombrar realmente lo que come”. El dilema de pronto vuelve a aparecer: ¿sólo podemos comer fresco si estamos cerca del mar?

Notas al consumidor

Jorge Domínguez Asato de @jdpescadosymariscos es distribuidor de pesca en Buenos Aires. Le pedimos que nos cuente cómo es el viaje de la pesca artesanal desde que se pesca hasta que llega al mercado. Asato explica: “El viaje en nuestro caso es bastante directo. Trabajamos con los pescadores artesanales, quienes llegan a la costa en el atardecer y clasifican, seleccionan, hielan y directamente suben la carga al camión que viaja durante la noche. Recibimos el pescado a la madrugada y armamos los pedidos para entregar a nuestros clientes. Esto genera que en muchos casos puedas tener un producto con menos de 24 horas de captura. Algo que prácticamente no sucede con ningún producto en una cocina. Cuando la pesca no es muy grande se espera a la mañana siguiente para subirlo al transporte especializado en pescados y lo recibimos al otro día”.

Nos preguntamos: ¿dónde puede el consumidor acceder a la compra de pesca artesanal? ¿Existe alguna certificación? Nos confirma que “lamentablemente no hay una certificación sobre la pesca artesanal. Existen lugares en Buenos Aires que reciben este tipo de producto, pero no lo clasifican ni lo aclaran. Eso hace que el cliente no pueda saberlo. En algunos casos podemos observar la marca del anzuelo en la boca, lo cual nos aporta confiabilidad. Nosotros trabajamos con pescadores que emplean anzuelo y también pesca convencional de arrastre. Siempre aclaramos cómo fue capturado. Por ahora, lo ideal es tener un vendedor de confianza que te diga realmente cómo, dónde y cuándo fue capturado”. 🐟

Bibliografía