La falsa panacea

La falsa panacea
La Argentina, vasta e inmaculada en extensión y suelos fértiles, ha sabido encontrar su lugar en el mercado global tanto por su gran producción agrícola como por su calidad en productos de origen ganadero. El último siglo ha sido una cascada de sucesos que, acompañados de movimientos comerciales estratégicos, han posicionado al país por su producción de granos y carne vacuna.
Un poco de historia
Desde la Conquista del Desierto y hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial, Argentina observó un crecimiento que nunca antes había experimentado. Por la llegada de inmigrantes, la adquisición de nuevas tierras tras la Campaña del Desierto (conquista militar ocurrida entre 1878 y 1885, que significó la expropiación de tierras a pueblos originarios que habitaban dentro del territorio nacional) y el aumento de la producción de trigo, se produjo un increíble desarrollo en el sector agrario. Desde los inicios la agricultura del territorio argentino fue casi totalmente comercial y se acentuó con el correr del tiempo.
La producción se comercializaba en el mercado, donde los mismos productores obtenían tanto los alimentos para consumo propio, como insumos necesarios para su producción. El autoabastecimiento familiar por aquellos días era más bien escaso; esto significa que cada familia se abastecía en el mercado de alimentos, y no producía sus propios vegetales ni animales. La producción agrícola se concentraba en cultivos de caña de azúcar en la provincia de Tucumán y Jujuy, vid en Mendoza, yerba mate, trigo, maní, maíz, cebada, centeno, tabaco y algodón, además de la explotación forestal en Santa Fe, Corrientes, Chaco y Santiago del Estero.
Hacia 1914, el 30% de los productores agropecuarios eran inmigrantes o hijos de inmigrantes de origen en su mayoría italianos y españoles, aunque también los había de origen alemán, francés y ruso, que incorporaron al agro técnicas traídas de sus tierras natales y, al mismo tiempo, fueron permeables a la introducción de nueva tecnología y conocimientos productivos innovadores, desde nuevas variables al arado norteamericano convencional, hasta cambios en máquinas segadoras de cereales. En esta instancia de la historia argentina, es casi imposible separar la producción agrícola de la ganadera, siendo muchas veces complementarias.
Con el tiempo, además de los cultivos mencionados, los arrendatarios o dueños de parcelas también aprovechaban las tierras para la construcción de quintas permanentes, donde se cultivaban frutales como durazno, higos, melones, sandías, zapallos y tunas. Acompañada por la cría de gallinas, patos y otras aves de corral. Por las dimensiones de cultivo manejadas en aquella época, los monocultivos extensivos eran raros, y la participación de animales en la zona productiva potenciaba cultivos sanos y provechosos.
Con el inicio de este crecimiento exponencial agrícola, alrededor de 1920, comenzó también un proceso de sobreuso del suelo, y mal uso de este. Se empiezan a observar consecuencias por el uso excesivo del arado y los daños por malas labores culturales y sequías, por erosión hídrica y eólica. Los suelos, antes saturados de materia orgánica, comienzan a mostrar los primeros signos de degradación en varias áreas del país.
No fue hasta la Segunda Guerra Mundial que los agricultores tomaron real atención a los problemas edáficos que se estaban observando ya, provocando bajas en los cultivos, y problemas de desertificación en casos extremos. De esta forma, se comenzaron a tomar medidas en cuanto a mejorar la salud del suelo y, en consecuencia, en la productividad del mismo. A partir de 1950 se observó un período de “reacción”, que se tradujo en un ciclo de recarga ecológica, mejorando los sistemas productivos. Este período se caracterizó por ser un modelo productivo mixto, donde se amalgamaban la producción de grano con el cultivo de alfalfa y la actividad ganadera. Fue adoptado por necesidades económicas, y resultó ser un modelo duradero y sustentable.
Sin embargo, en simultáneo a la mejoría que se estaba dando en los suelos nacionales, el país comienza a sufrir una extraordinaria transformación gracias al ingreso de la soja al modelo productivo nacional, iniciándose la expansión de su cultivo, como consecuencia de lo que fue llamada “Revolución Verde”. Empresas dedicadas a otros rubros durante la Segunda Guerra, volcaron sus inversiones en química y bioingeniería, antes destinadas a la industria bélica, hacia el rubro del agro. Esto trajo aparejada la oferta de nuevos paquetes tecnológicos que incluían desde semillas modificadas genéticamente hasta variados tipos de herbicidas, fertilizantes y productos fitosanitarios. Estos paquetes fueron muy atractivos para los productores, ya que “resolvían” varias cuestiones a la vez, aunque en aquel momento todavía no eran populares las consecuencias que hoy se observan obvias. La empresa biotecnológica en cuestión producía semillas manipuladas genéticamente para hacer a la planta resistente al herbicida, que la misma empresa creaba y comercializaba. Esto le permite al productor sembrar la semilla y fumigar sin miedo a perder el cultivo, dejando limpio el campo de cualquier otra planta que no fuera la semilla genéticamente modificada. Estos paquetes tecnológicos no solo significaron grandes ingresos económicos para las semilleras, sino la expansión del nuevo modelo productivo, por ser “simple” y “eficiente”.
El desplazamiento de grandes extensiones de tierra antes dedicadas a la ganadería fue inminente. El cultivo de soja y otros cultivos “mejorados” impactó negativamente en las propiedades físicas, químicas y biológicas de los suelos, comenzando a observarse nuevamente zonas afectadas por la erosión hídrica. La calidad de nuestros suelos tiene un límite, que ya ha sido sobrepasado, volviendo crítica su vulnerabilidad. Ahora, además del factor edáfico, el paquete tecnológico ofrecido por estas empresas multinacionales trajo nuevas consecuencias negativas a la agricultura no sólo local sino también a nivel global.
Para entender el proceso degradativo que está atravesando nuestra nación, es importante saber que para que un sistema sea sustentable se deben alternar rotaciones que incluyan cultivos de gramíneas (maíz, trigo, sorgo), y leguminosas (porotos, tréboles), que mantenga el suelo estructurado y con materia orgánica, entre otros métodos de cultivo que deben ser adoptados. Como la integración de sistemas de riego eficientes, evitar el uso de fertilizantes salinos, producciones mixtas, rotaciones de cultivos, asociaciones de cultivos, entre otros. Tomando esto en cuenta, podemos observar que no es lo que sucede en nuestro sistema productivo de alimentos, donde claramente se atisba pérdida de biodiversidad, desplazamiento de vegetación nativa y animales salvajes a áreas cada vez más reducidas, contaminación de napas y cursos de agua, aparte de la eliminación total de insectos en las zonas productivas, lo que incrementa los ataques de plagas resistentes y comienza el círculo que sostiene todo este circo. Una serpiente se muerde la cola.
La falsa panacea
A comienzos de la década de 1990 y como resultado de la apertura de los mercados, se observó un fuerte cambio en la producción agrícola, sobre todo por su alcance a mercados internacionales. Esto se vio reflejado en un aumento en la producción de soja, que había ingresado al país a mediados de la década de 1970: al ser alta la demanda de proteína vegetal, y al sentarle bien las condiciones climáticas del país, el cultivo plantó bandera en la zona. En 1995 se cultivaban más de cinco millones de hectáreas de soja, y solo para el año 2000 la superficie se había duplicado, llegando a veinte millones la cantidad de hectáreas sembradas en 2015. Este crecimiento explosivo atrajo grandes inversiones extranjeras, lo que trajo aparejada la adquisición de nueva tecnología no solo biológica o fitosanitaria, sino también en cuanto a infraestructura y maquinaria como cosechadoras y tractores de alto impacto edáfico. Esta situación expansiva económica, y degradante en muchos otros sentidos, puso en el centro de la discusión el uso de los recursos naturales, siempre vistos como “infinitos” por las empresas o muchas veces por las políticas gubernamentales que se adoptan.
Por el proceso de la “Revolución Verde”, las zonas productivas de nuestro país han registrado un cambio hacia una agricultura más intensiva, con mayores rendimientos por unidad de superficie. Esto ha generado un proceso de desgaste muy marcado, anteponiendo el factor productividad a sustentabilidad. En forma simultánea, la frontera agrícola se ha desplazado a zonas más vulnerables, incluso a zonas de montes y bosques nativos que han sido depredados fuertemente, por mencionar zonas afectadas en las provincias de Córdoba, Chaco y Entre Ríos. Es importante resaltar que un aumento en el rendimiento del suelo no es sinónimo de seguridad alimentaria, siendo que este modelo ha traído como consecuencia no solamente la dependencia a insumos químicos sino también la degradación del suelo donde se cultiva, imposibilitando la perpetuidad productiva que sí brinda la sustentabilidad de otras prácticas. Básicamente, pan para hoy, hambre para mañana.
Los métodos productivos actuales han aportado también al incremento de los ingresos económicos provenientes de sectores agrícolas. Sin embargo, la forma en que medimos esos ingresos deja de lado las pérdidas ecosistémicas que se puedan observar en el trayecto. Poniendo el quid de la cuestión sólo en las divisas, perdemos el foco de las pérdidas reales, naturales, no monetizadas, como pueden ser la biodiversidad, la vida de miles de animales, de zonas naturales, de ecosistemas, e incluso de la salud humana. No es una cuestión científica, ni meramente tecnológica: el control del uso de la tierra, el monopolio de las semillas y la comercialización de granos como commodities son una cuestión de poder.
Paquetes tecnológicos
Una de las preguntas claves que muchos comensales se hacen es “¿Para qué es que se le agregaría un gen a una planta que ya de por sí es productiva?”. Depende fundamentalmente de los fines que quiera la corporación abarcar, y de la especie. Por ejemplo, el gen agregado puede generar resistencia a herbicidas, esto es, tener la posibilidad de fumigar el cultivo sin que este muera por causa del veneno (como es el ejemplo de la soja y el Roundup o glifosato como parte del mismo paquete), o también puede ser que el gen le brinde al vegetal la capacidad de producir su propio pesticida (como fue el caso de la papa comercializada durante años en Estados Unidos) y, por ejemplo, en el caso del tomate, se han hecho pruebas con genes de peces, para evitar el congelamiento del fruto frente a condiciones climáticas adversas. Esto permite que las empresas puedan brindarle al cultivador un “paquete tecnológico” que incluye no solo las semillas “mejoradas”, sino también el producto para fumigarlas. Lo que suele suceder es que todavía en materia genética faltan muchas cosas por aprender, y las variaciones que se buscan suelen venir acompañadas de efectos secundarios que no estaban previstos, como por ejemplo la aparición de toxinas que antes la planta no producía, o cambios en el rendimiento de los cultivos, o en su valor nutricional. Los cambios incluidos en materia de ingeniería genética vegetal no son lineales. Y las más de las veces, los científicos que llevan adelante estos estudios se sorprenden de los resultados encontrados.
Es importante resaltar que el proceso de creación de estos vegetales no está dado por el normal camino de reproducción y evolución natural que se da en los campos, y esto afecta sobremanera no solo la calidad de estos, sino sus posibles efectos secundarios, que serán vistos en la población, a largo plazo. Cada gen que se introduce en los vegetales será pasado a su descendencia, viéndose afectados cultivos cercanos que no sean de un Organismo Genéticamente Modificado, por el polen de cultivos vecinos que sí son OGM. No hay forma de controlar el polen, por lo tanto ya no hay forma de controlar los genes que se han añadido y esto también ha llevado a nuevas discusiones por parte de productores que quieren mantenerse libres de OGM.
Ahora bien, ¿Cuál es la diferencia entre un Organismo Genéticamente Modificado y un híbrido? ¿Todos los híbridos son OGM? ¿Los híbridos pueden ser orgánicos? Hay muchos términos que se nos entremezclan y se vuelven ambiguos, confundiéndonos, y también la desinformación es necesaria y útil a los fines de las corporaciones. Veamos algunas definiciones que pueden aclararnos el panorama. Un OGM es aquel organismo en el cual se introdujo un gen de otro organismo de una especie distinta, o más genes del mismo organismo de forma repetida (como se ha probado con levaduras comestibles). En general las corporaciones se aseguran que las semillas de OGM sean híbridos, esto es, que no puedan dejar descendencia, para que la patente biotecnológica se mantenga, y el cultivador deba comprar semillas todos los años. Los híbridos aseguran muchas veces el vigor asociado, que brinda tamaño, resistencia y productividad, sin embargo suele ser estéril. Por lo tanto, muchos OGM son híbridos, sin embargo no todos los híbridos son OGM.
Cuando comemos mandarinas sin semillas, suelen ser frutales que se han hibridado para este fin, no solamente buscando productividad, tamaño, quizás sabor, sino también esterilidad, que brinde la “fácil” ingesta del producto, sin la molesta necesidad de tener que separar las semillas al comerla. Pero los procesos de hibridación se pueden dar “naturalmente”, o manipulando la polinización, pero no necesariamente introduciendo genes nuevos o repetidos. Es decir, son mejoramientos que se pueden hacer a campo, y sin la necesidad de mucho más que polen y flores. En estos procesos no son necesarios aparatos de laboratorio ni grandes conocimientos en biotecnología o genética. Además, los vegetales o las frutas híbridas pueden ser cultivadas con mantenimientos orgánicos, esto es, sin fumigaciones químicas derivadas de hidrocarburos (subproductos del petróleo). De la misma forma, vegetales que sí son OGM pueden cultivarse de forma orgánica, aunque no suele ser la norma, ya que los cultivadores que se manejan de forma orgánica evitan los eventos transgénicos.
Al no haberse realizado jamás un estudio, ni a nivel nacional ni mundial, sobre cuáles pueden ser los posibles impactos que puede generar el consumo de Organismos Genéticamente Modificados, no tenemos información fehaciente al momento de decidir sobre nuestra alimentación, volviendo las ventajas o beneficios, dudosos y siendo útiles a los fines empresariales. Claramente, personas en cargos de poder cooperan estratégicamente, uniendo lazos entre el gobierno y la industria biotecnológica, para hacer posible no solo la toma de decisiones sobre el uso de la tierra, sino también sobre exportaciones y divisas a nivel internacional. Este nuevo estilo productivo, de la mano de la multinacional Monsanto Corporation (con más del 90% del mercado de Organismos Genéticamente Modificados en su poder), introdujo muchísimos nuevos términos y prácticas agrícolas que antes no existían y que generaron, y aún siguen generando, desinformación en la población, e incluso en el ámbito académico-científico.
Informes de investigación realizados y publicados por las empresas dedicadas al estudio biotecnológico suelen ser señalados por científicos independientes, que confirman faltas de datos, pobres diseños de investigación, presentación de pruebas superficiales y, básicamente, inadecuadas, insuficientes para probar la inexistencia de riesgo en el consumo de OGM. Los eventos transgénicos (como se los suele llamar a los Organismos Modificados Genéticamente) que se comercializan en Argentina no son muchos, pero casualmente algunos se encuentran en una gran cantidad de alimentos procesados, estando presente en casi el 70% de los alimentos que consumimos. No solamente soja, sino también maíz, algodón y ahora el trigo HB4.
Hace algunos años, se llevaron a cabo pruebas en papas, por parte de las corporaciones biotecnológicas, para que éstas produjeran su propio pesticida. Esto es, se le agregó al ADN de la papa un gen de bacteria, puntualmente aquella que produce una toxina que llamaremos BT (Bacillus thuringiensis). Esta toxina, al ser ingerida por algún insecto que intente alimentarse de la papa en cuestión, le produciría una muerte rápida. La patente de esta papa figura tanto como alimento y como pesticida a la vez, siendo la piedra angular en política biotecnológica, y permitiendo que se planten millones de hectáreas de este “alimento” ancestral y se vendan y consuman en Estados Unidos, sin una evaluación de seguridad previa. Estudios independientes sobre estas papas han demostrado que su valor nutricional no solo es muy inferior a las papas que no son OGM, sino que producen en ratas variados daños en su sistema inmunológico, viéndose afectados órganos clave como el timo, el bazo, el cerebro, el páncreas, los intestinos y el hígado.
A modo de conclusión
Hoy en día nos enfrentamos a una dicotomía productiva que nos obliga a observar nuestro consumo y por ende nuestro formato productivo. En tiempos de incertidumbre ecológica, los métodos de producción deben ser revisados para asegurar un futuro fértil y sostenible a lo largo del tiempo. De no modificarse, el crecimiento de la producción agrícola será limitado por las mismas capacidades de la tierra, afectando negativamente la fertilidad y acrecentando los procesos de degradación que se observan desde hace décadas.
Los monocultivos productivos lavan el suelo, lo empobrecen y lo erosionan, como sucede en zonas de selva o monte, donde la “limpieza” de las áreas naturales para la posterior plantación de pino o eucalipto, deja parches de tierra pelada y empobrecida, de muy difícil recuperación. Debajo de estas plantaciones no crece vegetación nativa y espontánea, incluso con espacio y sol, se observa que el monocultivo de árboles no es sinónimo de bosque. Las tierras suelen ser muy silenciosas: las aves no habitan en pinos y eucaliptos, nada las convoca, no hay comida ni insectos.
Existen variadas nuevas formas de cultivar que pueden adoptarse como modelo productivo, o al menos probar e ir mejorando con el tiempo, recomponiendo ecológicamente espacios naturales y restaurando su capacidad para cultivar. Nuevos sistemas orientales en rotación y asociación de cultivos, como el planteado por el filósofo japonés Fukuoka, o los sistemas agroforestales que están dando tanto resultado en Brasil. Lo importante es sacar el foco de las divisas y ponerlo en la producción, en la continuidad y en el futuro, en la comida y lo nutritivo de perdurar no sólo de forma productiva, sino también nutritiva.
Existen muchos factores dentro de esta materia que quedan fuera de la discusión que podamos llevar a cabo en esta nota, como factores medioambientales, sociales, científicos, discusiones económicas, sustentables y morales. La clave es informarse, buscar autonomía alimentaria, exigir información sobre los productos comercializados con OGM y tener la posibilidad de evitarlos o elegirlos, pero siempre por voluntad propia. Así también, la soberanía alimentaria debe ser garantizada siempre, en la libertad de las semillas, y el derecho de los cultivadores no solo de elegir las variedades a cultivar, sino de guardar el germoplasma año a año. 🐟
- Barsky, O. et al. (2001). Historia del agro argentino. Desde la conquista hasta fines del siglo XX. Revista de Estudios Rurales, 2(3).
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