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An alfajor
Edición
Edición Digital
002

Tortita de barro

Construcción de bowl en torno alfarero.
Texto:
Nacha Canvas
En colaboración con:
Valentina Ruderman
Imágenes:
Catalina Romero
Construcción de bowl en torno alfarero.
Edición
Edición Digital
002

Tortita de barro

Texto:
Nacha Canvas
En colaboración con:
Valentina Ruderman
Imágenes:
Catalina Romero
La cerámica –el arte de moldear objetos compuestos de arcilla molida– es uno de los grandes registros de la civilización humana. Hoy, desde Anchoa, nos preguntamos qué rol tiene la cerámica en relación al alimento. ¿Qué nos dice de lo que comemos? Invitamos a tres ceramistas argentinas a que nos cuenten sobre su práctica y el entrecruce personal de ellas y sus procesos de creación con la gastronomía.
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  1. Arenas de Tierra del Fuego, lajas molidas y chamotes.
  2. Vajilla en proceso para el restaurante Julia, una colaboración entre Nacha y Joaquín Ais.
  3. Preparación de chamote coloreado.
  4. Construcción de bowl en torno alfarero.
  5. Construcción de bowl en torno alfarero.
  6. Nacha amasando la pasta.
La cerámica –el arte de moldear objetos compuestos de arcilla molida– es uno de los grandes registros de la civilización humana. Hoy, desde Anchoa, nos preguntamos qué rol tiene la cerámica en relación al alimento. ¿Qué nos dice de lo que comemos? Invitamos a tres ceramistas argentinas a que nos cuenten sobre su práctica y el entrecruce personal de ellas y sus procesos de creación con la gastronomía.

El barro siempre me conectó con una sensación de libertad. Mancha, ensucia: cuando era chica, significaba para mí ir por fuera de las normas. Ni hablar del placer que genera su textura, su humedad y su olor. El barro es goce y a la vez es poder y autonomía, puro potencial: puede transformarse en lo que queramos de una forma muy intuitiva. No es nada y a la vez puede serlo todo. Creo que desde siempre conecté ese juego con la cocina, que está llena de imaginación y símbolos. Jugar con barro se parece mucho a cocinar, crear platos de ingredientes que por separado son algo, y juntos cobran otro sentido.

Nacha amasando la pasta.
Construcción de bowl en torno alfarero.

Hoy soy ceramista, cofundadora del taller Alfar, surgido en 2015 en Ushuaia, Tierra del Fuego. Mi tema es hacer y pensar vajilla. Siento que en este ejercicio que hago todos los días, conservo algunos gestos de cuando jugaba con barro imitando probablemente a mis padres en la cocina. Hay un comportamiento de esa etapa que hoy conservo y uso como método de trabajo que tiene que ver con la puesta en escena, la actuación, la ficción, imitar gestos ajenos con la convicción de estar entendiéndolo todo. Cuando era chica no entendía lo que era cocinar, pero en algún punto alguna vaga idea tenía, y me enfocaba en gestos que venían de ese universo: revolver, mezclar, batir, cortar, unir, concentrar.

Hoy no soy chef, pero en el ejercicio de hacer cerámica, cocino, y me siento cocinera. Me dejo atravesar por esa influencia que no es forzada. En la cocina, como en la cerámica, hay un trabajo de elegir y mezclar materiales, administrar sus proporciones, entender las funciones de cada elemento, amasar, procesar, esperar y finalmente hornear.

Siempre me interesó trabajar desde los márgenes. Miro de reojo a otras disciplinas que me influyen inevitablemente. Cocina, ciencia, arte, artesanía, diseño. Como artista soy muy artesana; como ceramista, muy cocinera; y como diseñadora, muy artista. La interdisciplina es una experiencia expansiva: observar y estar atenta a otros mundos me hace replantear el propio. Los márgenes son, también, zonas habitables.

Algo que potencia esta unión entre cerámica y cocina es entender que la cerámica no es un material en sí. Eso sería como decir que un flan es un ingrediente, cuando es la mezcla entre huevos, leche y azúcar, horneada por un tiempo a una cierta temperatura. La cerámica es el resultado de un proceso que implica haber unido materiales (minerales, como arcillas y feldespatos) en cierta proporción y haberlos cocinado hasta que alcancen su punto de fusión o cocción. Hay una transformación de la materia prima.

La tarea de pensar y hacer vajilla específicamente para un lugar es un ejercicio de interpretación que implica entender qué valora ese restaurante. Qué intenciones manifiestan quienes están detrás y hasta dónde les interesa llegar con ese diálogo. Así comienza una dinámica de asociaciones de forma, color y textura con la idiosincrasia del restaurante. Una especie de algoritmo morfológico. Brillante, mate, suave, rugoso, geométrico, orgánico, mixto, estilizado, tosco, pesado, liviano, oscuro, claro, colorido, neutro, tierno, sobrio y mil más. Tomar partido por una paleta de estos rasgos, afianza la construcción de identidad del lugar. Por dar un ejemplo, una elección de una pieza de esmalte brillante y neutro puede disparar asociaciones con la idea de lo clásico, como en un bistró o en una cafetería porteña. Pero el brillo también se asocia a lo festivo, al lujo y a lo artificial. Todas estas cualidades son inherentes al material, están impresas en él. Del mismo modo se piensa la morfología de las piezas. ¿Son iguales y apilables? ¿Son irregulares y todas distintas? Estas preguntas son solo el comienzo para empezar a entender a qué responden esas decisiones y por qué refuerzan la identidad del lugar.

Pienso mucho en un plato cuando llega a la mesa, en el plato ideal. Me obsesioné con la vajilla, pero sobre todo, con la vocación de servicio que conlleva manejar un restaurante. No tengo un restaurante, pero tengo vocación de servicio. Hacer vajilla es un servicio para otro servicio. Hay una gran parte que se tiene que ceder, porque es un trabajo que se entrega incompleto, y se completa con la comida y lo que la rodea. Quien la lleva a la mesa, las personas con quienes compartimos esa mesa, las situaciones que suceden, la arquitectura, los sonidos del ambiente y más. Plantear esta unión perfecta entre comida y plato es un lujo, parte de la brillantina de la gastronomía. La vajilla puede hacer la diferencia para convertir una comida en una experiencia sensorial potente.

La secuencia de ir a un restaurante y que te llegue un plato a la mesa es un instante de detenimiento, de observación. Estás frente a algo con mucho trabajo detrás, hermoso, pulido y perfecto. Esa belleza contrasta aún más con el hecho de que hay que destrozarlo en un segundo para comerlo. Y quedan sobre la mesa los platos sucios como paletas de pintores, o rastros arqueológicos que, incluso sin comida, siguen cargados de identidad y cultura. 🐟

Bibliografía