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Edición
Edición Digital
005

Más allá de lo que trajo el barco a Puerto Rico

Ilustración en acuarela de árboles y vegetación en Puerto Rico.
Ilustración por Rosaura Rodríguez
Texto:
Luis Alexis Rodríguez Cruz
En colaboración con:
Imágenes:
Gentileza Luis Alexis Rodríguez Cruz

Ilustraciones: Rosaura Rodríguez

Ilustración en acuarela de árboles y vegetación en Puerto Rico.
Ilustración por Rosaura Rodríguez
Edición
Edición Digital
005

Más allá de lo que trajo el barco a Puerto Rico

Texto:
Luis Alexis Rodríguez Cruz
En colaboración con:
Imágenes:
Gentileza Luis Alexis Rodríguez Cruz

Ilustraciones: Rosaura Rodríguez

En un mundo donde el sistema alimentario se rige por cadenas internacionales de importaciones y exportaciones lejanas, el territorio de Puerto Rico es un claro ejemplo de la lucha por una soberanía alimentaria totalmente posible. Esta nota nos invita a darle otra cara a un territorio lleno de abundancia, resiliencia e identidad.
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  1. Las recetas de güela.
  2. Graduación de maestría con güela.
  3. Pastel de masa.
  4. Ilustración por Rosaura Rodríguez.
  5. Güela en el balcón de su casa.

Luis Alexis Rodríguez Cruz (Puerto Rico) es científico y escritor de Juana Díaz, Puerto Rico. Sus trabajos exploran las dimensiones sociales de la agricultura y la pesca, en el contexto de desastres y peligros naturales. Escribe sobre estos temas para diferentes medios y publica La Fiambrera, su newsletter semanal (lafiambrera.org). También es autor de dos colecciones de cuentos, Cuentos color mostaza (2015) y Al otro lado (2023). Es también profesor en la Universidad de Puerto Rico en Utuado e investigador en el Centro Climático del Caribe.

Rosaura Rodríguez (Puerto Rico) es artista y educadora. Trabaja cómics e ilustraciones donde se explora la vida social cotidiana puertorriqueña en la ciudad y en la naturaleza. Investiga y desarrolla obras de arte usando pigmentos y fibras naturales. Ofrece talleres de creación artística con un enfoque sensorial y de inclusión a personas de capacidades diversas de todas las edades, en contextos no tradicionales, como museos y en la naturaleza. Disfruta compartir y hacer arte con plantas, animales y personas

En un mundo donde el sistema alimentario se rige por cadenas internacionales de importaciones y exportaciones lejanas, el territorio de Puerto Rico es un claro ejemplo de la lucha por una soberanía alimentaria totalmente posible. Esta nota nos invita a darle otra cara a un territorio lleno de abundancia, resiliencia e identidad.

“Uno se come lo que trajo el barco”, nos decía mi abuela cuando, al llegar de la escuela, la comida de las cinco de la tarde era lo mismo que comimos en el almuerzo del comedor escolar: arroz con habichuelas1. Esa oración o dicho que ella y mucha gente en Puerto Rico repetía y repite refleja algo común de las islas: nuestra dependencia de las importaciones. Hoy en este país caribeño donde vivo, se importa alrededor del 85% de los alimentos2 que consumen sus residentes, quienes nacemos con la ciudadanía estadounidense, puesto que somos un territorio no incorporado de los Estados Unidos de Norteamérica. Como otras once islas de nuestra región, no aparece en la lista de estados insulares de las Naciones Unidas. El arroz con habichuelas que me hacía mi abuela (y el que me como hoy) está hecho con arroz de China y habichuelas enlatadas de otros lugares. Uno se come lo que trajo el barco, sí, pero no necesariamente.

Cuando era chiquito, recuerdo que me comía ese plato algo decepcionado. Quería algo frito, algo de un fast food: papitas y nuggets. Pero había confecciones, digamos, especiales, que hacía mi abuela de vez en cuando, como guanimos de maíz, dulce-salados, cocinados en agua hirviendo, envueltos en hojas de plátano. Y llegar de la escuela y encontrarme con eso era lindo. Me los comía con un gusto... No había decepción, aunque en años venideros ese estado de decepción aumentó. Ya no quería comer guanimos o funche –otro plato a base de maíz, leche de coco y especias–, tampoco quería arroz con habichuelas, ni muchas otras cosas que pudiéramos llamar puertorriqueñas o afrocaribeñas. Mucha de nuestra culinaria tiene bases africanas, técnicas e ingredientes que fueron juntados con otros oriundos del continente americano y de la colonización española. Yo quería comer platos que no me hicieran sentir pobre. Que no me hicieran sentir que crecí en una comunidad agrícola en el sur de Puerto Rico, en casa de una abuela que crio lechones para vender en Navidad. Mi cabeza fue llenándose de sentimientos y pensamientos que promovían el detrimento de lo propio.

Abrazo a ese niño que creció en los noventa, en un Puerto Rico que parecía boyante. Edificios, coliseos, trenes, cadenas extranjeras que llegaban, dólares aquí y allá: se construían ideas de que éramos lo máximo de Latinoamérica. Y algunas de esas ideas fomentaban que lo de afuera, que lo estadounidense, era mejor que lo puertorriqueño. Pero los cimientos de esas construcciones estaban hechos de mentiras y malas decisiones que nos llevaron a una quiebra nacional que hoy persiste y que ha acabado en desplazamientos y precariedad. Una corrupción gestada en San Juan, de la cual han sido cómplices leyes, regulaciones y decisiones estadounidenses. En los noventa (e incluso antes), pienso que era normal para un niño del campo querer “ser más”, salir de la “pobreza”. Ese Puerto Rico o el gobierno de aquel entonces evitaba hablar o trabajar en resolver ese estado que es reflejo de vulnerabilidades, injusticias e inequidades estructurales que poco tienen que ver con acciones individuales. ¿Pero qué iba a saber de eso un niño que jugaba entre matas de plátanos y volaba chiringas3 en una finca de ganado?

Fue una tarde, en la escuela (y creo que estaba en tercer grado, debía ser en 1998 o 1999), cuando teníamos que tomar unas pruebas departamentales, que empecé a cuestionar si en mi casa éramos pobres o no. La maestra mencionó un listado de nombres, incluyéndome, y dijo algo así: “Ustedes marquen ‘bajo el nivel de pobreza’”. Esa es la categoría que tiene que ver con el ingreso anual del hogar. Si está por debajo o no del promedio que el gobierno otorga para cualificar si una familia es pobre o no. Yo recuerdo dudar eso, no me sentía pobre. Pero eso caló, empecé a cuestionar y a compararme. Comencé, además, a mirar con asco lo que cocinaba mi abuela. Pues mis amistades que “no eran pobres” no comían lo que cocinaba ella con tanto cariño. Vuelvo: abrazo a ese niño –siento algo de vergüenza al recordar eso, algo de culpa por cosas insolentes que pude haber dicho, por negarme a comer el plato que hizo quien ya no está físicamente conmigo hoy–.

Pienso en eso, mientras acomodo las recetas que mi abuela me escribió. Tengo una veintena, escritas a puño y letra. Incluye su receta de guanimos y funche, de pasteles4 y sancocho y domplines, y claro, de su arroz con habichuelas. Están en una libretita que le regalé muchos años después de aquella tarde en la escuela elemental. Se la di en el 2017, año que está presente en la memoria –me atrevo a decir– de todas las personas que son puertorriqueñas, que han vivido en Puerto Rico o que tienen alguna relación con estas islas caribeñas. Fue el año en que el poderoso huracán María hizo entrada en Puerto Rico. Sus vientos sostenidos de alrededor de 249 km/h se llevaron el techo de la casa que nos vio crecer. Ya mi abuela no podía cocinar allí.

Yo estaba fuera de Puerto Rico, estudiando, cuando eso pasó. Llegué al aeropuerto de San Juan una tarde de noviembre. El color del cielo parecía como si aún estuviese recuperándose del azote del huracán más fuerte en tocar tierra en ochenta años. Mi hermana me recogió y conducimos por áreas grises; el verde característico del trópico se volvió rareza en esos meses. Los autos, muchos, muchos, incluyendo el de mi hermana, tenían una bandera de Puerto Rico que sobresalía del cristal de la puerta. Llegamos a casa de mi tía, donde estaba mi abuela; fue la única de las tres casas del terreno familiar que no perdió el techo. Ese terreno en el siglo pasado fue una finca, pero como muchas, se convirtió en parcela construida en los años cincuenta. En ese tiempo ocurrió la formulación del “Estado Libre Asociado de Puerto Rico”, un “acuerdo” entre Estados Unidos y Puerto Rico para promover el autonomismo. En ese tiempo se promovió la industrialización y la transición de una economía agrícola a una de servicios y manufactura, a otro modo de plantación. Entonces allí, en la marquesina, sintiendo los aires frescos que comenzaban a llegar en ese mes, estaba mi abuela, haciendo sus cruzadas, extrañando la mascota que perdió y la casa en donde había vivido por más de sesenta años.

Todavía la escucho decir “ay, mi casita” mientras nos abrazábamos. Yo me había ido por primera de vez de Puerto Rico en agosto, un mes antes de María. Parecía como si llevara más tiempo fuera de este archipiélago. Luego de soltar unas lágrimas y decirme eso, me preguntó si tenía hambre. Le dije que sí, aun sin tenerla. A ella le encantaba cocinarle a los demás. No hizo arroz con habichuelas, pero sí hizo ñame que mi tío había recién cosechado, con carne de cerdo frita que una vecina le había regalado, que a su vez había recibido de un agricultor del vecino barrio. Historias como esa se multiplicaron a través de nuestras islas. Sí, los vientos del huracán visibilizaron las inequidades e injusticias persistentes que influencian la vulnerabilidad que viven las personas, pues los desastres jamás son naturales. Fallecieron unas 2.975 personas5 las semanas luego del huracán. Perdí gente cercana a mí. Los desastres jamás son naturales, repito. Pero también, en parte, y hablo por mí, hicieron visible lo productiva y abundante que son nuestras islas. No necesariamente nos tenemos que comer lo que trajo el barco.

Claro, la inseguridad alimentaria se disparó, luego del huracán. Y antes de su arribo, alrededor de un tercio de nuestra población vivía en ese estado. Eso es algo que, en Puerto Rico y en muchos lugares, no se da por cuestiones de producción o por cantidad de comida disponible. Tiene muchas vertientes, siendo la cantidad de alimentos disponibles una de ellas. Aquí el punto es que es posible sostener nuestra alimentación con más productos de Puerto Rico y de nuestra región caribeña6. Además, si por causa de algún huracán u otro shock, no llegaran los pocos barcos que anclan en nuestros puertos, hay comida que se produce aquí. No hace mucho, en los ochenta, Puerto Rico producía casi la mitad de sus alimentos.

El niño que fui hubiese mirado con decepción ese plato de ñames hervidos con carne frita que me sirvió mi abuela, el cual cocinó en un fogón, pues ya no había estufa. Al pasar los años, durante mi adolescencia y juventud me fui quitando esos prejuicios o ideas preconcebidas que fueron sembradas en mí en un tiempo en el que no nos llamábamos “colonia”. Entender y leer sobre nuestro pasado y presente, gracias a la educación y maestras que tuve en el sistema público de enseñanza, me hizo valorar nuestros platos y confecciones. Me hizo retar esa idea de la “comida de pobre”, que incluso a veces se pone en una mesa durante la Semana de la Puertorriqueñidad, como plato típico, como objeto que ya no es común. Antes de regresarme a estudiar, motivado por ella y familiares, le regalé una libreta a mi abuela. Miro las recetas que dejó. Las preparo para mí, para amistades y familiares, las atesoro. Hoy día, a través de mis trabajos y escritos indago sobre las dimensiones sociales de la agricultura y la pesca. Y creo que ese interés fue cultivado por mi abuela.

Cabe destacar que el “Estado Libre Asociado” de Puerto Rico no tiene harta injerencia en decidir sus rutas de abastecimiento, en lograr tratados o maneras de proteger la producción local, la cual tiene que competir con productos importados altamente subvencionados. Por eso conviene hablar de “soberanía alimentaria”, en vez de “seguridad alimentaria”. Así que hoy día, en gran medida, me sigo comiendo lo que trajo el barco. Sí, sigo comiendo arroz y habichuelas importados, aunque no todos los días. Pero me es claro que es necesario e importante tener un sistema agroalimentario local sustentable y productivo para alimentarnos. Y existe la posibilidad de salvaguardarlo, aun dentro de la realidad sociopolítica donde vivimos. Basta que, como sociedad, comencemos a desprendernos de esas ideas que nos hacen obviar e ignorar el entorno en el cual estamos inmersos. Un entorno que tiene la capacidad de ser abundante. Cierto, no hay mucha injerencia, pero la hay. Y esa se tiene que usar en pro de la producción local.

Decidir qué comer en estas islas tiene muchas dimensiones. Mucha gente no tiene el privilegio o las oportunidades para decidir, incluso. Fui dichoso que en mi niñez no faltó un plato de comida, aunque la pudieran categorizar (o yo en aquel entonces) como “comida de pobre”. Y es que un plato de sancocho o de arroz con habichuelas no es “pobre”, es “puertorriqueño”, “boricua”, “caribeño”, “afrodescendiente”. Pero como decía mi abuela también, “a quien le dan arroz con habichuelas todos los días, también se cansa”. Dentro de mis posibilidades, trato de expandir las recetas que ella me dejó y añadir otras más. Con un plátano se puede hacer tanto, más allá de tostones, arañitas o mofongo. Y poco a poco vamos conociendo recetas, ingredientes y productos que son y han sido parte de nuestras islas, pero que han sido negados. Cada vez que descubro algo, le pido la bendición a mi amada Güela. Aquí hay mucho para cocinar, mucho con qué hacer, mucho que no viene en un barco. 🐟

Bibliografía
Footnotes
  1. Frijoles, también conocidos como porotos en distintas partes del continente americano.
  2. El consenso nacional es que se importa, en general, el 85% de los alimentos. Esto también describe la materia prima de muchos productos. Sin embargo, es un número que está siendo revaluado, pues se piensa (y pienso) que es menor.
  3. Es como se le dice a los cometas o barriletes en Puerto Rico.
  4. Plato nacional hecho de diversos tubérculos y relleno de alguna carne, típicamente cerdo. También puede ser vegetariano. Estos son envueltos en hojas de plátanos y cocidos en agua hirviendo.
  5. Este número es el resultado de un estudio independiente, realizado por la George Washington University. Este fue comisionado por el gobierno de Puerto Rico. Otro estudio, de la Universidad de Harvard, estima que las muertes pudieron haber llegado a 4.065.
  6. Véase la conclusion (p. 157) de “Adaptive Capacity And [un]natural Disasters: Puerto Rican Farmers’ Adaption And Food Security Outcomes After Hurricane Maria” (Universidad de Vermont, 2022).